"Cariños, Cacho", puse, y te miraba en la estación sin fueros de la muerte. Una oquedad marcaba, en el postigo, la desazón de invierno de mis manos. "Cariños, Cacho." ¿Qué rendida sierpe te confinó al umbral de la memoria y de la cárcel? Viejos atavíos te propusieron trampa, y lo lograron. ¿Qué pediré a tu prometida, cuándo será el momento de gritar verdades, con quién regresará la primavera? Cariños, Cacho, te diré si encuentro modo y manera de llorar al claustro con llanto embravecido de ciruja.
"Estaba Critilo mirando aquel mal paradero de todos. Al cabo de un día de siglos, vio asomar a Andrenio a la ventana de las flores en espinas. Asustóse mucho, temiendo su despeñadero. No le osaba llamar, por no descubrirse, pero ceñábale acordándole el desengaño. Cómo bajó y por dónde, adelante lo veremos."
(B. G., "El Criticón")
La sombra de los perros es la daga de los que buscan manos en la noche, habitación o fuelle para muertos, precioso remo de lascivas horas. No por callar la siembra desvanece la taza los dulzores de su muro: hay cerrazón y libros en el fuego, y sierpes y dedales en la mesa. Ramo de luz, el día no nos llama a desencadenar la podredumbre, ni tampoco nos pide que recemos; así que, por el bien de los que duermen, paguemos la bondad con celosías y las caricias con resoples de alce.