Una pasión se acaba y otra nace,
o es una sola, risa de la duda,
y siempre la distancia, la sequía,
raso y rastrojo, muérdago cansado.
Una pasión se instala, la otra muere,
siempre una sola, labio de la noche,
pasión de la herejía, del secreto,
de cinco dados --callan señalando--.
Y vienen y me atacan, se santiguan
y me abandonan, y los vasos crujen
y dicen sus murmullos que me quieren,
que quieren más, y el hábito precisa
otro poema, y de este desamparo
sólo logro agotarme de vigilia.
17 abril 1997.-
Cabellos azul, o tu medida cierta,
tu paso, detenido en el alfanje
pulido, receloso, de la noche,
noche de luna llena, de silencios
y pactos declarados, de diamantes
que separan tu rostro de la brisa
azul, desobediente, de la llama
que cincela el precioso calendario
de las edades de tu barro antiguo,
aquel que marca plantas y baldosas
para la siesta, aquel que recupera
el gran abismo y la cosecha verde
de la canción del olmo y su cayado,
paso preciso, clave demorada
en la modulación impredecible
por la que vemos que los dos motetes
de todo cuerpo nunca son iguales
a los de cualquier otro, que son nuevos,
y siempre, y sin embargo se repiten
de amada a amada, huellas de un otoño
que no se acabará, constelación
común a cada rostro, a cada imagen.
(16 abril 1997.-)
(soneto de la lluvia)
¿Y qué regresa cuando vuelvo al verso,
cuando renacen las palabras frutos,
cuando formulo las blancas edades,
la brisa, los abetos, las distancias?
¿Y qué regresará de mi recuerdo,
o de mi vista, o de mis desencantos,
qué recupero, qué logro enunciar,
para qué son estas palabras de agua?
Palabras como sierpes, como alientos,
palabras torpes, relicarios dulces,
pasiones, pensamientos, remembranzas;
palabras detenidas, con dobleces
o lisas, amalgama de la siembra
de ayer y de mañana, de los labios.
9/4/1997.-
(irregular)
Máscara de los metales de la siembra,
tu voz ya no inaugura el sueño,
y hay que perderse en el umbral de anoche
para recuperar la claridad deseada.
Tu voz y tu disfraz
si todos los temores se me presentan
en doble rostro y con palabras de uno
que nace a cada instante,
que se refugia en el diván de las caricias
en el que ya no puedo perseguir la noche;
tu voz y tu disfraz, y el costado turbio
que toda desolación promete.
(Y callo mi cierzo por poder seguir
el otro rostro de tu voz, nacido
bajo el mal signo de la luna llena,
y anoto la victoria sin ropaje
de tu disfraz sobre mi canto seco,
anotación sin mácula de tregua.)
8 abril 1997.-
No me nimbó tu boca de diamante.
Por la esperada orilla
del sueño o de la luz
no regresó tu receloso paso.
Tu boca de diamante
no resolvió el azar de la pregunta
que me detiene altiva.
Tu receloso paso
no caminó mi espalda como signo
que condujera al alma de los ciegos.
(Orilla del silencio,
trazo de luz de la salida al este,
conmemorado brillo,
callada sierpe de dolor nocturno.)
Si tu secreto finge la amenaza
de la estación del ave,
si tus armarios guardan la premura
del rostro y del espejo
--ranura firme de reseca boca--,
tu simulacro forma la figura
del déspota manchado;
y si algo he de guardar,
si algo es valioso como casa o niño,
ya no es tu raso, ni tu valentía,
teñida como estás por el rencor.
¿Qué sucedió? ¿Qué gigantesco golpe,
remolino de roca,
rasgó de pronto tu elevada efigie?
¿Qué muro, qué vasija, qué cuchillo
te quitó el alma,
raptó tu voz para llevarla lejos?
¿Por qué razón tu paso adormecido
ya no levanta brisa,
ya no respeta mi ración de duende?
¿Dónde quedó la aldaba
de todos tus secretos?
¿En qué rincón se demoró tu siega,
ramo de cuerpos, carta de la noche?
Tu voz, o tu semblante, disecados.
Callo mis ojos por perder la magia
de los días pasados,
pero me queda su aire;
de tu otra voz contemplo la belleza
en fotos, en reflejos.
Te negaré como a ocasión perdida.
24/3/1997