Por la esperada orilla
del sueño o de la luz
no regresó tu receloso paso.
Tu boca de diamante
no resolvió el azar de la pregunta
que me detiene altiva.
Tu receloso paso
no caminó mi espalda como signo
que condujera al alma de los ciegos.
(Orilla del silencio,
trazo de luz de la salida al este,
conmemorado brillo,
callada sierpe de dolor nocturno.)
Si tu secreto finge la amenaza
de la estación del ave,
si tus armarios guardan la premura
del rostro y del espejo
--ranura firme de reseca boca--,
tu simulacro forma la figura
del déspota manchado;
y si algo he de guardar,
si algo es valioso como casa o niño,
ya no es tu raso, ni tu valentía,
teñida como estás por el rencor.
¿Qué sucedió? ¿Qué gigantesco golpe,
remolino de roca,
rasgó de pronto tu elevada efigie?
¿Qué muro, qué vasija, qué cuchillo
te quitó el alma,
raptó tu voz para llevarla lejos?
¿Por qué razón tu paso adormecido
ya no levanta brisa,
ya no respeta mi ración de duende?
¿Dónde quedó la aldaba
de todos tus secretos?
¿En qué rincón se demoró tu siega,
ramo de cuerpos, carta de la noche?
Tu voz, o tu semblante, disecados.
Callo mis ojos por perder la magia
de los días pasados,
pero me queda su aire;
de tu otra voz contemplo la belleza
en fotos, en reflejos.
Te negaré como a ocasión perdida.
24/3/1997
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