Una pasión medida.
El hábito confeso de esperar señales.
Alma del cigarrillo.
No todos tenemos manos de vivir,
no siempre, ellas se apagan
en la pronunciación de ciertos rostros,
atanor de las lentitudes.
No siempre se cultivan rosas,
a veces las robamos en la noche del otro pecado,
cajitas del metal
que no nos sigue.
/ (La distancia
que separa mi piel
de toda vereda mustia y entrañable,
la fogata cruel que no termina de consumir mi mente
y que la macera, la macera,
la trepanación posible,
el vuelo lúdico y doloroso de mis palabras,
que se detienen en todo borde pulcro,
la dilapidación del ojo,
eterno comparsa de la respiración.)
Maduración extraña
del que no se persigna frente al ángel,
del que quiere la estancia de la ruina,
del que no obtendrá su ajolote
al cabo de la extensa busca.
Maduración ignota
del que colecciona piedras pálidas
que vibran al dorso,
instaladas en la tristeza.
No tengo el alfabeto de la sierpe,
no tengo el alfabeto de la montaña,
no tengo el alfabeto de ningún madero:
ciega Estación,
Olmo disecado,
enmudecido Puente.
(Me detendré en el tacto,
en la transpiración,
la torcedura,
me detendré en un gesto
usual, insuficiente,
para intentar decir esa medalla
que no voy a enterrar
y que me mide.)
5-3-1997
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