Cariño de la llama,
felicidad del viento,
si no te busco pierdo mi destino,
pero tampoco aparecés. Callada
en tu estación, me inclino a la desdicha,
no logro dar con formas de tu aliento;
callado, demorado,
hago vivienda en fríos, en ventiscas.
Se me piantó Galicia: desvarío
en once y siete sílabas, locura
de los reflejos. Pierdo mi comida,
o no la pruebo, y vos con tu semblante
contra mi hacienda. Como ves, es gesto
que peca de anacrónico: los versos
son otra forma de llegar al morbo:
temblor de cuerpo y voz, desatendidos
el labio y la mejilla, abandonados
los ojos, condenados a vagar
entre maderos de menor valor.
Y encima el texto que no llega a tu ángel,
el diálogo fingido, monosílabos
cuando te enfrento, poca maña, muda,
para decirte che, qué mal me hacés
--pecando de canyengue contra el Álvaro--.
Y dejo para un próximo poema
las conclusiones obvias.
14 junio 1997.-
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