sábado, 19 de marzo de 2016

POEMA AL QUE ES MEJOR NO DAR NOMBRE

La mano; el violinista; las arterias; 
el escritor; el paso; el obsesivo. 
¿Con quién me quedo? ¿Cuál de mis parcelas 
de cuerpo o de dolor puede nombrarme? 
Nombre o conjuro de mi yo plural; 
o ríspido resumen en un verso 
de mí. De mi tristeza. De la mano 
del violinista loco. Tantos días 
de recabar la sombra. Duele el goce 
que no se alcanza. Y el que me prometo 
en el olvido o niebla de otro rostro. 
Duelen las horas que reclaman alce, 
abrazo, cerrazón, puñal, espera. 
¿Quién me daría cuenco de retama? 
¿Con qué emoción pudiera la penumbra? 
Tanto momento de licor cansado 
se encierra en este enjuicie. ¿Quién diría 
que la colina se tornó reproche? 
¿La plaza una estación? ¿Qué más pidiera 
que regresar a parras, al aroma 
de una curtiembre? ¿Qué no prometiera 
por ver que mis palabras o mi aliento 
dijeran otra vez o respiraran 
el río en que me hundí, costoso mito 
de la otredad de mí? Y hoy calabazas, 
y giros, y cadáveres, y arena. 

16 junio 1997.- 

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