la charla del reloj del primer lustro,
y me fatigo hablándole al espejo,
y me muerdo las manos por costumbre.
Sentado con la vos que no es de carne
sino intangible, pido la ternura
de una esperanza ciega, y recompongo
mi voz y rostro contra la distancia.
La taza se café se me presenta
como tenida en brisa, y los criollitos
se me desmayan intentando gracias;
y la estación del alce se acentúa,
y llueven monederos y bufandas,
y me permito trompa de elefante.
4 mayo 1997.-
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