I
Siempre poemas de nombrar lo mismo.
De darle vueltas. Como si buscara
un grito, una estación. Una tormenta
viene y arrasa con los desengaños.
Ya ni eso quedaría. Cruel, vacío,
muestro los dados de la lentitud.
II
Pido un café. Marchito, me preparo
a la razón cansada, al explicarme
sin mucho honor. (La taza me convida
esa amargura de los dos silencios.)
Un auto me reclama. Vagabundo
de tu palor. (Insípida amargura.)
Ya no pregunto. Ya la madreselva
toma mi cuerpo, calla un resplandor.
III
Y sigue el infortunio de la mesa,
sigue una plaza que pidió mi noche,
sigue la sombra, en fin, sigue el epílogo
eterno, inacabable, sigue el olmo:
una vez más regresa la distancia.
5 junio 1997.-
Aquí el arrepentido de toda tu voz,
de cada caricia,
labios del metal que ya no nos une.
Aquí el acongojado con sus tres maletas,
todavía no llega la mañana,
todavía es tarde para repetir ciertos gestos.
Todo mi cuerpo tiembla,
no soy sino una caricia sin derrotero,
cómo despertaré de vos.
Todo mi cuerpo cruje,
hay una musitación que te nombra
en el costado azul de mi mesa.
Y, así, cómo nombrar la lluvia, cómo pronunciar cada penumbra
si me endilgaste el labio, costado de la zafra
interminable de derrocar el agua.
No hay nada aquí, no acaba de haber,
hay quien me maniata, quien zahiere,
hay el no acabar, manda y domina
la melancolía procelosa.
3 junio 1997.-
Una canción como una noche oscura,
un pacto de silencio,
una armazón de ligas sin destino,
precio del estandarte.
Un álamo sin voz, una frontera,
un precipicio cierto,
la búsqueda de piel en la colina
del orate vencido.
Precio del aguatero,
insólita pasión que, sin embargo,
señala la distancia
de los cuarenta pisos y del aire,
amasijo de puertas,
cuenco de luz para el que niega el nombre.
23 mayo 1997.-
En tu nombre
es que habrá que seguir, y seguir, y seguir, y seguir.
(L. A. Spinetta)
I
Puñales, caramelos --como dijo
Dastugue, el de obsidiana--. Ésos, tu dones.
Mi manifiesto, en cambio, es una tregua
pedida. Ni el perdón, ni los ahogos.
Puñales, caramelos. La limosna
menosprecia, el ataque desensilla.
Tregua de tu no ser y de tu ser.
Tregua de vos, de mí, de los resquicios.
Y el encontrarse, con sus dos mulitas.
Y el separarse, y la obsesión del alba,
puñal y sombra, lucha en caramelo.
(Es raro pedir tregua, cuesta verse
como un converso de los tres estilos:
el vino, los amigos, el poema.)
II
Y todo es tan trabado, tan sin gozne,
tan una puerta de la lejanía,
caída, tan cencerro de cristal
--peligra a cada verso--, tan vampiro,
y tanta mala lengua en el recuerdo,
tanto confuso diccionario de alma,
tantos golpes de frío en el costado,
tanta quejumbre, tanta canaleta,
que el paso me vacila de tu nombre,
que incorrección se me presenta a brazos,
que brazo y balbuceo son colegas.
(Y encima remedar las amatistas;
sumar modismos de hambre; consultado
por el temor; capullo de la sed.)
III
Pero callar sería un despilfarro,
sería morir sierpes sin que nazcan,
sería dos más dos, sería gris,
comida sin comer, pasión dormida.
O no, el poema seguiría siendo,
los días un paisaje reparado
y vuelto a reparar, y luego hundido
por la maraña sin perdón del ángel.
Rayo de luz sobre la marioneta.
Los hilos no se ven. Hay cierta bruma
en torno a su cabeza, que reposa.
De pronto, viene Dios. Y allí comienza
a tropezar, a blasfemar. El público
sigue la trama. Afuera, el mundo ruge.
23 mayo 1997.-
De una etiqueta de manchado vino
escojo el cigarrillo de la muerte
para leer tu diario de desgracias
y fumo con pesar tus horas desasidas.
¿Qué te pasó? ¿Qué pudo recluirte
en desventuras de cansado brillo?
¿Cómo logró la angustia perfilarte
un rostro endurecido, miradas de metal?
No te fijás en el común pasado.
Me conduelo de verte sin orillas.
Porque, y distante, sé la calavera
de tus días o dagas, de tu collar vencido.
(Y es un recuerdo sólo. Un pensamiento.
Una meditación de tu infortunio,
que ni siquiera llegará a tus manos.
Es sólo un buen deseo. Un voto de mejora.)
19 mayo 1997.-
lectura de Guillén
Un halo de la luz que te mantiene
se posó sobre vos con suavidad: un roce,
una tenue vasija. Te asombraste
como los niños ante la mañana.
Y recordás el verso de desidia
que azota la vereda de tu rostro.
¡Cómo se va el vacío, cómo vuelve
la claridad marina!
(Juntás tus manos --vibran de candor--
o las llevás a tu costado. Casi
como dormido te envolvés del mundo
que habita tu rincón. En la cortina,
o en la pared --también en las baldosas--,
ríe su risa un ángel, y se va.)
15/05/97.-
I
Un cigarrillo pide la ternura
de encenderlo tapándolo con manos
de juramento, o manos de equilibrio,
o de satén, o lisas.
Ahora el cenicero se acongoja
de ver el frío de un otoño triste
en el que mueren mucho mis campanas
o cosecha de tos.
Y ahora conmemoro una placita
donde aprendí a toser --pero distante
la tos: en una mesa de metal
mataba la premura--.
Un cigarrillo pide que lo apague
dejando la colilla estacionada
en una vertical sin armamento:
cenizas en otoño.
II
Ahora el frío del otoño se alza
en una ventolina de descuidos:
veo una plazoleta
y una bufanda en esta mesa oscura.
Caminan policías del apuro,
miden sus pasos con un frío viejo:
en esta plazoleta
se oyen sus voces, se oyen sus enfados.
De pronto se detienen ante verjas
de cansado metal, de rezos breves:
contra la plazoleta
gimen palomas, abrigadas de antes.
Y ahora una bufanda calla picos
y calaboza otoños de desmadre:
hacia la plazoleta
muere una mesa, y otra, en ventolina.
III
Crujen las hojas por mi paso viejo,
calladas de sí mismas.
Con su banquete tieso la mañana
pretende inaugurar la certidumbre.
Y la radio preside el firmamento
de las lechuzas torpes,
alitas y miradas que alimentan
al frío en su pasión de comensal.
Y una costilla, un ojo se deglute,
y tapa y lomo tiernos,
y la molleja, y el cuadril --eructa
y pide vino, pan y verduritas--.
Crujen las hojas bajo su mandíbula.
Festín de la memoria.
Festín del otro cuerpo, el que pasea,
y reconoce, y piensa, y se conduele.
IV
En fin, un cigarrillo.
Una pasión vencida. Un estandarte.
Las manos de metal. La comadreja.
La llave de oro. Los cuarenta otoños.
Y la razón del ogro
pervierte la mirada, la vacía,
la deja hueca de posibles lazos,
la agota, la tritura, la desecha.
Y la razón del ángel,
la mesa oscura, los sifones de alma,
la brisa y su torpeza, y el pezón
de la mañana, ramo a contramano.
Y un cigarrillo, siempre.
Pero mejor callar, pero mejor
dejar librado al infortunio el hueso.
Paliza del otoño, o de los micos.
a la fe de Apollinaire
15 mayo 1997, mañana.-
Te tengo, no te tengo, se te siente,
se te presiente, te volvés lejana,
fantasma de la sal, rendida puerta,
aro de nieve, noche de la luna.
Te siento, no te siento, se te tiene
en cloroformo, en hábito, en semilla,
laguna del sediento, rebelión
en la injusticia, seda de ternura.
¿Cómo desovillarte, cómo asirte
si el cenicero niega tu sonido?
¿Cómo cebar un mate a la distancia
si la estación insiste con veredas
en las que te movés como una herida
sin daga y sin vendaje, pardamente?
La cerrazón del cielo no conforma
ámbito claro para la sequía.
Todos tenemos alas de diamante
o la seca canción del infortunio;
todos ganamos golpes con la lima
de los que encierran, de los que someten.
Y silba el caramillo de la duda,
cierra su mente el artefacto y niega,
inauguramos libros sin sosiego,
caras de poste alumbran las cantinas.
Pero una elocución muestra, por radio
y a altas horas, que lo que conocimos
vuelve en vahídos torpes, y las canas,
si por un lado dicen de las horas,
por el otro, muletas innombrables,
muestran un reino de paisajes muertos
y vivos a la vez, y en una llave
vemos un vaso, y en un disco un bronce.
Y así te conejeo, junto briznas
de tu lámpara fiel, y recompongo
la siesta de los besos, y conjuro
tu hambre sin diente que me dicta versos
como lisas medallas del pasado,
colina sin ropaje o escenario
por descubrir, cuaderno sin ribetes
en el que pido tu collar oscuro.
Hay una cama ahora en las baldosas,
cobijo de la vela; allí descansa
un número infernal, arquitectura
por elevar. La flecha de tus ojos
lo dibujó, sin reparar en gastos.
Alimento ese número con agua
y nada más. Mi tumba es otro número
que en los pasillos del otoño duerme.
12 mayo 1997.-
"La humillación no tiene límites."
(El Gabo.)
I
Una bujía en una pieza oscura,
una canción en un silencio muerto,
la calma del tabaco en la ansiedad,
un beso, una caricia en la distancia.
Mi alma pide sosiego,
manos mi desazón, ternura mi hambre,
una guitarra tenue,
un libro como silla
quiere la soledad de mi silencio.
Y mientras tanto miro, en la ventana,
los seis barrotes tristes del hastío,
y mientras tanto, con indiferencia
y a la vez con temor, escribo versos.
(Versos o la plegaria de la noche,
versos cansinos, versos
como una dentellada al infortunio,
masticación amarga, derrotero
de un hombre sin amada.)
II
Brillo tuvo esta sombra
otrora, cuando el viento
meditó su impotencia
contra mi ser y, cauto,
doblegó en inclemencia ajenas cañas.
Entonces era fuerte,
entonces respiraba
sanidad, y a mi lado
una mujer sin sable
me murmuraba frases de esplendor.
Tiempo perfecto, brisa
que en mí posó su ciencia,
ahora la añoranza,
la sequía potente
me lleva a cultivar versos sin sueño.
¡Indiferente el mundo,
clavado en su postura,
me obliga a ejecutar
la danza del olvido!
(Pero me niego, sigo en la aridez.)
III
(Y, tenido por mí,
prolongo escritos de saber dudoso,
y dejo el azorarme, el sorprenderme
ante la lámpara, el pincel, el musgo.
Lugarteniente Swann,
conjuro sierpes, incremento pausas.
Lugarteniente Swann, rememorable
como en el hijo gesto o simulacro.)
9 mayo 1997.-