escojo el cigarrillo de la muerte
para leer tu diario de desgracias
y fumo con pesar tus horas desasidas.
¿Qué te pasó? ¿Qué pudo recluirte
en desventuras de cansado brillo?
¿Cómo logró la angustia perfilarte
un rostro endurecido, miradas de metal?
No te fijás en el común pasado.
Me conduelo de verte sin orillas.
Porque, y distante, sé la calavera
de tus días o dagas, de tu collar vencido.
(Y es un recuerdo sólo. Un pensamiento.
Una meditación de tu infortunio,
que ni siquiera llegará a tus manos.
Es sólo un buen deseo. Un voto de mejora.)
19 mayo 1997.-
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