En tu nombre
es que habrá que seguir, y seguir, y seguir, y seguir.
(L. A. Spinetta)
I
Puñales, caramelos --como dijo
Dastugue, el de obsidiana--. Ésos, tu dones.
Mi manifiesto, en cambio, es una tregua
pedida. Ni el perdón, ni los ahogos.
Puñales, caramelos. La limosna
menosprecia, el ataque desensilla.
Tregua de tu no ser y de tu ser.
Tregua de vos, de mí, de los resquicios.
Y el encontrarse, con sus dos mulitas.
Y el separarse, y la obsesión del alba,
puñal y sombra, lucha en caramelo.
(Es raro pedir tregua, cuesta verse
como un converso de los tres estilos:
el vino, los amigos, el poema.)
II
Y todo es tan trabado, tan sin gozne,
tan una puerta de la lejanía,
caída, tan cencerro de cristal
--peligra a cada verso--, tan vampiro,
y tanta mala lengua en el recuerdo,
tanto confuso diccionario de alma,
tantos golpes de frío en el costado,
tanta quejumbre, tanta canaleta,
que el paso me vacila de tu nombre,
que incorrección se me presenta a brazos,
que brazo y balbuceo son colegas.
(Y encima remedar las amatistas;
sumar modismos de hambre; consultado
por el temor; capullo de la sed.)
III
Pero callar sería un despilfarro,
sería morir sierpes sin que nazcan,
sería dos más dos, sería gris,
comida sin comer, pasión dormida.
O no, el poema seguiría siendo,
los días un paisaje reparado
y vuelto a reparar, y luego hundido
por la maraña sin perdón del ángel.
Rayo de luz sobre la marioneta.
Los hilos no se ven. Hay cierta bruma
en torno a su cabeza, que reposa.
De pronto, viene Dios. Y allí comienza
a tropezar, a blasfemar. El público
sigue la trama. Afuera, el mundo ruge.
23 mayo 1997.-
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