el roce y la mañana presentidos,
las evocaciones al borde de una mirada;
el abeto topo,
el confirmar que una lata muerde,
la suave lepra del ocaso;
o los mugidos de una vaca loca
que orilla la etiqueta;
o el ascensor que duda,
que nos lleva a pensar en una muerte idiota;
y el recelo de los labios que hemos disecado
y que nos miran desde la vitrina de oro
de todos los pasados sin presente;
matices de un cuadro en ciernes,
esbozados apenas,
el de una constatación como la que reconoce
el tam-tam monótono de una casetera.
17/6/1996
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