si la carroza de las cuatro sierpes
corre y crepita por las vías arduas
del mirar silencioso del conejo.
O no, se torna fiel representante
de las almas perdidas que no esperan
el desentumecerse de las lianas
de todo otoño de follaje triste.
Álamo y muerte como monederos,
como comparsas del duro teatro
de los libros leídos en la sombra;
álamo y vida, vida de los álamos
que marcan la pradera indefinida
en que los tigres gruesos se persiguen.
20/2/1997
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